Era un partido difícil desde el comienzo, por el runrún de tribuna del domingo pasado y por las acusaciones cruzadas en la semana ante el pésimo pasar cuervo. Todo ese cúmulo de pequeños fracasos pesaba a la hora de competir contra el puntero del torneo, en su estadio, con un equipo mayoritariamente compuesto por la cantera de nuestro club.
San Lorenzo arrancó bien parado, pasando la mitad de la cancha con algún que otro pase cruzado y generando algunas aproximaciones al área de los de blanco y rojo. Luego de un dudoso penal no cobrado ante un remate de Di Santo, y una rápida reacción riverplatense, Torrico tapó la primera chance de gol del partido que tuvieron las gallinas.
En los primeros 30´, River se entretuvo a espaldas de Peruzzi colgando pases en profundidad. El zaguero, nobleza obliga, estuvo algo más firme que Zapata con los pies, el estilo del colombiano desesperó desde un comienzo: su trote tranquilo -demasiado tranquilo para las condiciones que ostentó vistiendo la azulgrana-, y sus pases atrás complicando por momentos al golero.
Rosané, que fue amonestado tempranamente, se vistió de Ortigoza y supo administrar el medio de la cancha probando por lo alto con Uvita y con Di Santo. Gustó. El perro, picante como siempre, buscó desequilibrar y cometió algún que otro foul estratégico para evitar las avanzadas de River.
A los 21 minutos, Uvita, prolijo como sastre, dejó picar el lateral de Herrera y se la sirvió a Fernandez Mercau, que con un sablazo de zurda anotó el tanto azulgrana. Ahí nomás, salió lesionado De la Cruz y cambió la morfología del mediocampo en River. Sobre el minuto 31, Julián Álvarez, que está en un nivel superlativo para el fútbol argentino, clavó rozando el palo un remate de derecha, a expensas de Zapata y sin mucho que hacer para Torrico.
El mismo Álvarez casi convierte el segundo gol, minutos después, y aunque San Lorenzo supo acomodarse y pilotear el asunto, el primer tiempo terminó en empate.
River arrancó el segundo tiempo profundizando bastante mejor que CASLA. Fernandez Mercau demostró por la banda y jugó un partidazo, más allá del resultado. Aun así, en el minuto 19, por ese costado y en un centro cruzado que Rojas interceptó en el área para luego rematar, el bueno de Álvarez volvió a convertir, empujando la pelota que quedó boyando tras la tapada del arquero.
De ahí en más, el equipo se desanimó. Salió Barrios por Martegani, que aportó control en el mediocampo. Entraron Ortigoza y Palacios, por Herrera y Sabella. Sin embargo, más allá de algún avance bien dirigido, el vendaval parecía inevitable.
El tercer gol de River fue un fiel reflejo del momento azulgrana. Un equipo que cuando concreta un avance comete dos retrocesos, una moneda al aire que siempre cae del lado del rostro no deseado, una acumulación de errores no forzados que postergan la salida a flote de un club que continúa agudizando su mal presente.
En un domingo de sol, un 17 de octubre, San Lorenzo no supo ser leal a las aspiraciones de su gente y al malestar que se respiró durante las semanas anteriores. Montero quedó trastabillando en la cuerda roja. Más allá de los nombres y las transigencias, ojalá el ciclón asome la cabeza y empiece a salir del pantano. Nos lo merecemos. Ser leales a los nuestros es, también, permitirnos volver a las fuentes, apostar a la identidad y al sentido de pertenencia con el club. La única certeza entre tanta incertidumbre, arriesgo, es que el corazón del nuevo proyecto estará en los chicos del club, en los pibes que, a pesar de tener que capear esta tormenta con poquísimas herramientas, demuestran condiciones y amor a la camiseta. Urge fijar ese norte y alentar hasta alcanzarlo.
La crónica de Mateo Barros de la derrota por 3 a 1 frente a River.